La primera vez que fui de visita a las salas de ensayo del Teatro Municipal de Santiago, luego de salir de la clase que se imparte todos los días, Luz Lorca, subdirectora del Ballet de Santiago, me dijo al oído: “¿son lindas, no?” Yo estaba rendido, obnubilado. La música del piano, el retumbar del suelo por los cuerpos… los cuerpos. No podía creer todo el tiempo que tendría que invertir solo en elegir qué me interesaría investigar de todo esto. Era todo belleza, era arriesgado meterse en ese tema. Esos primeros días las palabras de Luz Lorca siguieron resonando en mi cabeza. Ella estaba acostumbrada a ver esos colores y esos cuerpos y esa temperatura siempre calurosa de las salas para que el aire y los músculos se igualaran… “¿Son lindas, no?” No me daba cuenta, en ese momento, de la importancia de esta frase. Era una aseveración. ¿Quién no lo encontraría bello? Si las miras con ojos de niño, son creaturas sobrenaturales.
El misterio de la belleza y lo anacrónico de este arte me dieron una tarea de tres años. Fue un proceso arduo. Lograba sentir, con el tiempo, como se desmoronaban, como esas zapatillas de punta terminaban arruinadas al igual que tendones, músculos, ligamentos, huesos. Me enfrentaba a una arquitectura que es cuerpo, belleza y fragilidad y que parecía estar en otra época, en el siempre, en lo que ha permanecido.
En plena época romántica, en que la emoción y la melancolía inspiraban a músicos, pintores y poetas, la imagen de la ruina fue una inspiración, siendo utilizada como metáfora del pasado esplendoroso, del ocaso del presente y la incertidumbre existencial del futuro. Frágil pero a la vez resistente, lo que alberga una ruina es siempre misterioso, una suerte de poética ética y decadente, que proyecta lo que fue su gloria como si se tratara una de belleza ensoñada que refleja lo perecedero y fugaz.
Fue justamente en 1832, en pleno Romanticismo, donde se creó la zapatilla de punta y con ella la imagen de la bailarina clásica, prácticamente inalterada en su forma hasta la actualidad. Descubrí en estos cuerpos, en estos símbolos, algo que habla de lo ilusorio y de lo real. La escenografía se transforma en cuerpo, la luz en muro, la piel en espacio. La bailarina yergue sus cimentadas piernas como columnas que esconden la gravedad, y pareciera que desde la punta de su pie naciera el suelo. Los dedos orgullosos con uñas siempre pintadas, coronan juanetes bellamente rosados y todo tipo de malformaciones y callos. Y yo me pregunto como siempre, ¿qué es realidad?, ¿la ilusoria puesta en escena o los cuerpos agotados? ¿O todo es uno? Una simultaneidad entre materia y vacío. Es todo dolor y belleza.
Esta muestra exhibe una serie de pinturas, objetos y pequeñas esculturas que son el fruto de esta investigación. Los materiales utilizados en la construcción de estas imágenes pretenden mostrar este proceso. Yesos quebrados, arpillera, tablas y gasas muestran una belleza precaria. Lo erosionado de las obras y su piel se desarman y se rearman. Son obras deterioradas, fragmentadas, dislocadas, incompletas, rotas, quebradas, como ruinas. Ruinas que son carne y viento. Tal vez una bella cáscara, un cliché, algo amado por snobs, algo considerado muchas veces anacrónico, frívolo y vano. Pero a la vez es tradición, es humano y se ha mantenido hasta nuestros días como una permanente seducción, un estilo de danza que perdura. Han pasado muchas percepciones sobre ella, pero la que existe hoy es un misterio. Estamos conectados a la belleza de algo que llamamos “clásico”, a algo que encontramos bello como si se tratara de un patrón. Es asombroso el encontrarse ante una ruina, es algo incompleto, un puzle de alguna manera inasible. Algo de eso me pasa ante la imagen de una bailarina.
Felipe Cusicanqui
Felipe Cusicanqui nace en Santiago de Chile en 1977. Es titulado de Arte de la Universidad Finis Terrae con especialidad en Pintura (2004). Desde entonces ha participado en más de veinte muestras colectivas tanto en Chile como en el extranjero y hasta la fecha en siete exposiciones individuales. Entre éstas destacan: “Perro Negro” (2007), Galería Florencia Loewenthal, la cual obtuvo excelente crítica y le valió una nominación a los Premios Altazor; “Lo que presentía mientras holgazaneaba sobre la hierba” (2008), una investigación inspirada en la obra de Walt Whitman que fue ganadora del Fondart. En Galería Patricia Ready “Encomienda” (2009) y “La Siembra” (2011). En Galerie Born Berlín, "Landscape" consolida su emergente carrera y comienza a llamar la atención de coleccionistas extranjeros. Ha participado en ferias de arte nacionales e internacionales y ha sido reconocido con distinciones en concursos y curatorías, como el Premio Bicentenario, III Concurso de Arte Joven del MAVI y el premio AICA (Asociación internacional de críticos de arte). Su obra forma parte de colecciones públicas y privadas tanto en Chile como en Suecia, Nueva York, California, Brasil, España, Francia, Inglaterra y Suiza. Sus representantes son Galería Patricia Ready en Santiago, Chile y Galerie Born en Berlín, Alemania.